martes, 14 de junio de 2011

El Purgatorio

El Purgatorio

El purgatorio no es un castigo, sino una purificación; no es una explosión de odio, sino una ardiente oración.

Tema: Preguntas jóvenes
Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe. Autor André Manaranche,


El Purgatorio


Por último, voy a tratar, amigo mío, un punto que seguramente estás esperando, porque compromete nuestra oración por los muertos: el purgatorio.

1. Cuando el hombre peca, su mala acción produce un doble efecto: la falta (culpa), que puede llegar incluso a destruir la relación amistosa con Dios, y una especie de lesión (pena), que crea en su corazón un desorden, una propensión, una vulnerabilidad o una desestabilización. La falta se anula con el perdón: la absolución la suprime radicalmente. Pero la lesión permanece, y quizá su cicatrización sea larga. ¿0 es que crees que el hijo pródigo pudo retomar con toda facilidad su vida anterior, nada más concluida la fiesta dada en su honor? ¿Y las malas costumbres9 Además, ¿crees que el corazón de su padre, profundamente herido por su huida brutal, se quedó curado de sus heridas por arte de magia? No. Por muy real que sea el perdón, no se puede confundir con la magia.

2. Imagina que un esposo abandona a su mujer y a sus hijos para correr una aventura, pero cambia de opinión y vuelve al domicilio conyugal. Imagina también que su mujer le perdona y retoman su vida en común sin hablar de este mal recuerdo. La falta (culpa) ha desaparecido. Pero la herida (pena) permanece: la magulladura en el corazón de la mujer y de los niños, así como la pérdida del equilibrio en el corazón del marido y su ruptura de la fidelidad. Por eso, el hombre se va a dedicar con más ahínco que nunca a curar las heridas de los que ha hecho sufrir y a familiarizarse con el amor que ha manchado... Esto es exactamente lo que pasa cuando te confiesas. En el sacramento del perdón, después de que has reconocido tu culpa (mea culpa), el sacerdote te absuelve de tu pecado, lo suprime arrojándolo al brasero del corazón de Jesús. Pero tu ser permanece herido por el acto cometido. Por eso, el sacerdote te pone una «penitencia» (pena), no para hacerte pasar por caja, para que pagues el precio del perdón, sino para que no te deslices por la cuesta del pecado. ¡Qué mal entienden todas estas cosas muchos cristianos! Algunos creen que hay que cumplir la penitencia para arreglar la contabilidad, y por eso quieren que la penitencia sea una oración cortita que se pueda decir rápidamente para quedarse con la conciencia tranquila. Ahora bien, la penitencia es retomar un nuevo dinamismo que dé la vuelta por completo a la atracción del pecado. Así, si has pecado contra la esperanza, el sacerdote te mandará hacer un acto de esperanza; si rezas poco, te pedirá que hagas diez minutos de adoración, etc. Está claro, por otra parte, que esta penitencia no es más que un comienzo simbólico, algo así como en la misa el beso de la paz no hace más que expresar un deseo de reconciliación, que deberá realizarse después del podéis ir en paz con una persona que quizá ni siquiera esté presente.

3. La penitencia tiene algo de propio y algo de comunitario. Quizá sepas que el santo cura de Ars. que confesaba hasta diecisiete horas diarias a muchos y grandes pecadores, ponía penitencias bastante suaves. Alguien se lo dijo un día, y él respondió: «Es que yo hago el resto ...» Cargaba, pues, sobre sí mismo, practicando la mortificación, con una parte importante de la curación de los demás.

4. El purgatorio se mueve también en esta dinámica, No se parece en nada al infierno, ni siquiera a un infierno reducido. No tiene nada que ver con la condenación, que es un castigo, y que se cumple lejos de Dios y con el odio en el corazón. Aquí no hay nada de todo esto. Cuando alguien muere, incluso en estado de gracia, le hace falta concluir la curación que comenzó en la tierra pero que dejó inacabada. Porque la cicatrización se comienza en la tierra a través de nuestros actos de amor, nuestras oraciones, ayunos y pruebas materiales y espirituales, y se termina en el más allá, en esta especie de horno que nada tiene que ver con el infierno, sino con un fuego de amor, humilde e impaciente por ver a Dios. El purgatorio no es un castigo, sino una purificación; no es una explosión de odio, sino una ardiente oración. Es aquí donde interviene la oración de la Iglesia en favor de los difuntos, aunque su forma de actuar siga siendo un misterio para nosotros.

5. Seguramente has conocido personas muy buenas, muy queridas y muy santas, en cuyo entierro todo el mundo decía: «Seguro que está en el cielo.» Esperémosle, pero nadie puede asegurarlo. A excepción de los que la Iglesia beatifica y canoniza, los elegidos permanecen en el anonimato. Por eso les honramos en la fiesta de Todos los Santos. En los funerales suele ser normal subrayar brevemente los méritos del difunto. Pero cuando yo muera, no vengáis a hacerme el panegírico. Eso sí, rezad con todas vuestras fuerzas por mí. Pienso siempre en la pequeña Bernadette de Lourdes, que, en el convento, decía con humor a la gente que le admiraba demasiado: «Seguro que cuando muera, la gente dirá que era una santa, y me dejará arder en el purgatorio... » Dios es el único que puede Juzgarnos. ¡Déjale hacer su trabajo! Por otra parte, sucede a menudo que, al hacer el elogio de los difuntos, se haga el elogio de uno mismo. «Ha librado un buen combate, lo mismo que yo... » Evita esta película y reza.

6. En las grandes circunstancias, el Papa pone a nuestra disposición todo el tesoro de la Iglesia: es lo que se llama las indulgencias. Las indulgencias no se refieren al perdón de los pecados (culpa), que pertenece al sacramento y supone estar confesado y haber comulgado. Su objetivo es acelerar tu curación, conectándote con la comunión de los santos, para que esta profusión de caridad suprima en ti toda lesión (pena). Para ello, el Papa te pide, además de la confesión y de la comunión, que hagas alguna obra buena: una oración por sus intenciones, una peregrinación, una visita a la Iglesia, etc... Y, sobre todo, no tomes esto como un rito mágico y no transformes todo esto en un tráfico mercantil (ganar indulgencias), puesto que la misericordia es eminentemente gratuita. Y no hagas caso de los que critican las indulgencias. Pronto te darás cuenta de que no han entendido nada y de que se están refiriendo a caricaturas como las del tiempo de Lutero. Tú, en cambio, muéstrate orgulloso de la comunión de los santos, este intercambio extraordinario del que habla el Credo. Y no te obsesiones con tu problema: pide a María que te eche una mano...

7. En el centro de todo está la Eucaristía, el gran intercambiador cielo-tierra, el punto de encuentro de toda la Iglesia militante, sufriente y triunfante. Piensa en todo esto durante el Canon de la misa, porque ése es el momento prodigioso en el que se comunican los ángeles y los hombres, los santos y los pecadores, los vivos y los muertos, con una sola y misma voz (una voz).


La muerte no me puede retener sobre la cruz;
mi cuerpo tiene que revivir en tus brazos.
Voy hacia ti, mi Señor, con alegría.
Voy hacia ti, mi Señor y mi Rey.
el día no puede ya tardar,
el invierno tiene que ceder a la primavera.
Tú sabes mi nombre, mi Señor, y me esperas;
tú sabes mi nombre, mi Señor, Dios vivo.
Tú tomas mi vida y la llevas alegre;
tú tomas mi sangre y yo abro los ojos.
Y ves tus manos, mi Señor, en los cielos,
ves tus manos, mi Señor y mi Dios»
(20 Poema de Didier Rimaud).


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