María, la
Mujer de Génesis 3,15
La Iglesia
siempre se ha apoyado en la Sagrada Escritura para formular su doctrina
mariana y los dogmas mariológicos. Incluso, cuando se invoca a la Tradición, por mayor
prudencia y certeza, se apela más a la interpretación tradicional pero escrita
de los textos escriturísticos, que a las tradiciones más modernas y no
escritas. A este respecto hace referencia explícita la Constitución Apostólica
Munificentissimus Deus en donde se define la Asunción de María.
Los textos propiamente mariológicos de la Escritura son pocos, pero alcanzan para dar un
fondo teológico a los dogmas y todo aquello referente a la Madre de Dios y que la Iglesia profesa y sostiene.
Respecto al Antiguo Testamento, establecer la doctrina mariana tiene cierta
complejidad, dado que no existe unanimidad de opiniones entre los exegetas sino
más bien los criterios son muy variados. De este modo unos sostienen que las
menciones de María son tan vagas que es difícil seguirlas y otros, por el
contrario, que se la puede ver a cada paso de la Biblia.
No obstante, el Concilio Vaticano II, con el Capítulo VIII de la Constitución Dogmática
Lumen gentium, ha servido para orientar el estudio dando las bases para
encararlo.
En el Antiguo Testamento, todos los pasajes mariológicos pertenecen a la
categoría de profecías y por sus características y contenido los exegetas las
dividen en “profecías directas”, que incluyen los textos considerados como
ciertos, a saber: Génesis 3,15, Isaías 7,14 y Miqueas 5,2, que propiamente cita
a Isaías 7,14; y “profecías indirectas” en las que distinguen entre los “textos
acomodados”, como Judith 15,9, Proverbios 8 y Eclesiástico 28; y los “textos de
sentido discutidos”: Jeremías 13,22, Salmo 44 y el Cantar de los Cantares.
Los tres textos de las “profecías directas” pueden y deben afirmarse con
certeza como textos mariológicos ciertos, pues además de contar con el respaldo
del Magisterio y la
Tradición más antigua de la Iglesia son enumerados
también por el Concilio Vaticano II (LG, n. 55).
El pasaje de Génesis 3,15 constituye el portal mariológico de la Sagrada Escritura
en el cual leemos:
“Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje,
él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar”.
Este versículo se lo conoce con el nombre de Protoevangelio. El primero
que lo llamó así fue el teólogo protestante Lorenzo Rhetius hacia 1638, quien
escribe el porqué de esa denominación: “Merece el nombre de Protoevangelio,
porque es el primer Evangelio, esta ‘buena noticia’, que alentó al género
humano privado de la gracia de Dios”. En el ámbito católico el nombre de Protoevangelio
es utilizado recién en 1753 por el teólogo Smiths en una publicación crítica
del Génesis basada en la
Vulgata y editada en Bélgica.
Puede calificarse también como un “oráculo de Yahvé”, pues las palabras
se colocan directamente en boca de Dios y tienen un contenido profético,
sentencioso y está expresado con solemnidad.
Es un texto que de por sí contiene toda la fuerza y vigor de la acción
salvífica de Dios en la cual proféticamente están presentes los dos personajes
inseparables: Jesucristo y María.
I.
Interpretación exegética
Partiendo de que la criatura interpelada con el pronombre personal “tú”
es la serpiente, los personajes involucrados son cuatro:
A. la serpiente.
B.
la mujer.
C.
el linaje de la serpiente.
D.
el linaje de la mujer.
Pero además, en la estructura del versículo, se observa una triple
oposición:
1.
“Establezco enemistad entre ti y la mujer” (Gn 3,15a )
La serpiente < > la mujer.
2. “Entre tu linaje y su linaje” (Gn 3,15b)
El linaje de la serpiente < > el linaje
de la mujer.
3.
“Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar” (Gn 3,15c)
La serpiente < > el linaje de la
mujer.
1. “Establezco enemistad entre ti y la mujer” (Gn 3,15a)
A. “Establezco” o pongo ('asît): primera persona del
imperfecto activo de qal del verbo sît. La importancia del
sentido activo tiene un trasfondo teológico fundamental dada la realidad del
pecado que se traduce en amistad con la serpiente y enemistad con Dios.
La enemistad que se va establecer, no puede provenir del hombre por la
característica de infinitud que tiene la ofensa del pecado de origen a Dios y
que lo sujeta al demonio. No existe esfuerzo ni voluntad humana que pueda
quebrar esa nefasta dependencia y por ello la enemistad la pondrá Dios y es
solamente Dios quien establece esa enemistad como acto salvífico.
La forma verbal además indica una acción que empieza pero que va a perdurar en
el futuro, como quien diría: “de aquí en más”. Viendo esto, la
traducción en presente sería más propia que en futuro: “Estableceré
enemistad entre ti y la mujer”, pues la enemistad sería trasladad a un
tiempo por venir, cuando en realidad Dios la ha puesto en ese mismo momento.
Si bien, gramaticalmente, el texto no expresa un crescendo de esa
enemistad se desprende del contexto que existe una tensión prolongada hacia un
extremo, por lo que el verbo afecta a las demás enemistades: entre el linaje de
la serpiente y el linaje futuro de la mujer, llevando hacia una concusión de
una lucha singular.
B. “Enemistad” ('êbah) en el texto hebreo y en la
traducción de los LXX al singular, mientras que en la Vulgata (“inimicitias
ponam”) aparece en plural, "enemistades"; el singular expresa una
mayor radicalidad.
El término 'êbah, en la Sagrada Escritura, se aplica siempre a una
enemistad entre seres racionales y no entre seres irracionales. Por lo tanto al
ser que dirige Dios sus palabras es un ser racional: el demonio con forma de
serpiente y no simplemente a un animal.
Hay que notar que esta enemistad, como observa F. Asencio, se da en el mayor
grado: “habitual, implacable y profunda... que no se satisface sino con el
derramamiento de sangre”, dando como ejemplo otros pasajes
veterotestamentarios para demostrar la calidad de una enemistad tal: “Si por
enemistad le ha golpeado con las manos, y muere, el que le ha herido tiene que
morir: es un homicida. El vengador de la sangre dará muerte al homicida en
cuanto le encuentre” (Num 35,21-22); “Así dice el Señor Yahvé: Porque
los filisteos han actuado vengativamente y han ejecutado su venganza con
desprecio y animosidad, tratando de destruir a impulsos de un odio eterno, por
eso así dice el Señor Yahvé: He aquí que yo extiendo mi mano contra los
filisteos; extirparé a los kereteos y destruiré lo que queda en el litoral del
mar. Ejecutaré contra ellos terribles venganzas, furiosos escarmientos, y
sabrán que yo soy Yahvé, cuando les aplique mi venganza” (Ez 25,15-16); “Por
haber alimentado un odio eterno y haber entregado a la espada a los hijos de
Israel el día de su desastre, el día de su última culpa, por eso, por mi vida,
oráculo del Señor Yahvé, que yo te dejaré en sangre y la sangre te perseguirá.
Sí, eres rea de sangre, ¡y la sangre te perseguirá!” (Ez 35,5-6)”. (Cf. F.
Asensio, Génesis: La
Sagrada Escritura. Texto y comentario. Antiguo Testamento,
T.I, Madrid 1967, p.51).
C. “Entre ti”, es decir entre la serpiente, que significa
el demonio, en oposición a la mujer. A lo largo de toda la Escritura, sea en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento, la serpiente, es símbolo inequívoco del
demonio: “Por la envidia del diablo entró la muerte al mundo” (Sab
2,24); “Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad
porque no hay verdad en él” (Jn 8,44); “Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el
llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12,9); “Dominó
al Dragón, la Serpiente
antigua –que es el Diablo y Satanás- y lo encadenó por mil años” (Ap 20,2);
etc.
Según los autores modernos, el hecho de representar al demonio con la
serpiente, además de ser un dato escriturístico incontestable, se veía
reforzado por el contexto religioso que rodeó al pueblo de Israel y al primer
cristianismo. La serpiente era objeto de culto entre los pueblos vecinos como
los egipcios y en las religiones siríacas que lo vinculaban con la fecundidad
(J. Danielou, Le péché originel, in AA.VV., Notre Foi, Paris 1967,
p.116). Y esto se puede vincular perfectamente con el pensamiento del Antiguo y
del Nuevo Testamento, que considera a los dioses de los paganos como demonios: “Sacrifican
a demonios, no a Dios” (Dt 32,17); “Sacrificaban a sus hijos y sus hijas
a demonios” (Sal 106,37); “Lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a
los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los
demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No
podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (I Cor
10,20-21); “Los demás hombres, los no exterminados por estas plagas, no se
convirtieron de las obras de sus manos; no dejaron de adorar a los demonios y a
los ídolos de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, que no pueden
ver ni oír ni caminar” (Ap 9,20); etc.
D. “Y la mujer”. La mujer (ha'issah). La palabra ‘issah
va acompañada por el artículo ha. Este artículo puede ser utilizado en
el hebreo con tres sentidos, de allí que el sólo análisis filológico no sea
suficiente.
1° sentido: Refiriéndose al sujeto de que se habla en el contexto.
2° sentido: De modo colectivo.
3° sentido: Para hablar de una persona u objeto que no es nombrado, pero que sí
está en la mente del que habla. Este último sentido es particularmente factible
de ser utilizado en el género literario profético.
Sin embargo, para dilucidar la significación de este artículo, es necesario
verlo en el conjunto del contexto estudiando las interpretaciones exegéticas.
2.
“Entre tu linaje y su linaje” (Gn 3,15b)
“Linaje”: descendencia o semilla (zera' ). La palabra zera'
se aplica en primer lugar a las semillas de las plantas, como aparece en el
Génesis: “La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus
especies, y árboles que dan fruto con la semilla adentro, por sus especies”
(Gn 1,12).
No
obstante, es usual y frecuente que con ese término se indique la descendencia
de los hombres y normalmente tenga sentido colectivo: “Toda la tierra que ves
te la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Gn 13,15); “Y
estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti”
(Gn 17,7); “Yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu
descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se
adueñará tu descendencia de la puerta de tus enemigos. Por tu descendencia se
bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tu mi
vos” (Gn 22,17-18); etc.
También
puede tener un sentido moral a modo de una colectividad que comparte una
actitud o fin común: “¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de culpa, semilla
de malvados, hijos de perdición!” (Is 1,4).
A partir de esto debemos concluir que ambos linajes tienen un sentido
colectivo, pero mientras que el linaje de la serpiente tiene un sentido
colectivo moral, que se puede entender como una colectividad que sigue fines
diabólicos, el linaje de la mujer tiene un sentido colectivo físico, traducido
en una enemistad de toda la humanidad con los demonios.
No hay suficientes elementos para sostener que en esa colectividad diabólica
estén incluidos también los hombres cuyos principios, modo de actuar y de
pensar, son aquellos del demonio.
3.
“Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar” (Gn 3,15c)
A. “Él” (hû'). En la Vulgata se traduce hû' por ella (ipsa),
pero lo correcto es traducir el artículo hû' por él, tal cual se
encuentra en el texto masorético, donde figura hû' y no hî' (ella).
La traducción del artículo en singular masculino esteológicamente más exacta
pues la cabeza de la serpiente no será aplastada por la mujer sino por el
linaje de esta.
Se ha visto que la oposición entre ambos linajes era colectiva. A pesar de
ello, en las postrimerías de ese antagonismo, esa oposición se transforma en
confrontación y lucha, pero adquiere nuevamente un carácter personal y
singular. Así, aquella oposición: serpiente < > mujer (Gn
3,15a), se convierte ahora en: serpiente < > linaje de la mujer,
por lo cual es un descendiente singular y concreto el que va a aplastar la
cabeza al ser singular y concreto serpiente.
B. “... Aplastará ...” - “... Acecharás ...”. Al estudiar estos
dos términos, tenemos que las dos acciones se traducen con el mismo tanto en el
texto hebreo (suf), como en la versión griega de los LXX (teréo).
En estas dos actitudes futuras, según sostiene Coppens, hay que diferenciar el
sentido de ataque y éxito de la primera (aplastará), del de defensa
fallida de la segunda (acechará), es decir, lo intentará sin lograrlo
(Coppens, Eph. Theol. Lov. 26 (1950) 14s).
Corrobora esta interpretación considerar la raíz de swp, que significa
un movimiento para lanzarse sobre algo y que lleva a un choque, pero cuya
eficacia está en dependencia de la situación en que se encuentra aquel que
lleva a cabo la acción. Así tenemos que el linaje de la mujer aplastará la
cabeza de la serpiente, la que tratará de alzarse para acechar el calcañar de
quien la ha pisado, pero no pasa de ser un intento sin éxito. El mismo texto
concluye aquí y no habla de mordedura o de algo por el estilo. La serpiente se
encuentra en una posición desfavorable, y ya derrotada, su movimiento no pasa
de ser una reacción instintiva, sólo acechará.
II.
Aspecto cristológico
El vers. 15, es continuación del vers. 14 y con él concluye el castigo de la
serpiente. El vers. 16 está reservado al castigo de Eva y los vers. 17 a 19 al castigo de Adán.
Estas tres sentencias tienen en común que los culpables no reciben solamente el
castigo de Dios sino también de sus víctimas, consecuencia de subvertir el
orden divino.
Existe un escollo proveniente de una tradición anterior a San Ireneo e Hipólito
que considera una herida del linaje de la mujer cuyo cumplimiento tuvo lugar
cuando Cristo muere en la cruz y, por lo cual, caería la interpretación de Gn
3,15c, en el sentido de que el acechar de la serpiente, entonces habría tenido
éxito alcanzando a su víctima. Pero se ha comprobado que tal tradición, alegórica
y acomodada, no parte de Gn 3,15c, sino de Gn 49,17 que dice: “Sea Dan una
culebra junto al camino, una víbora junto al sendero. Que pica al caballo en
sus jarretes y cae su jinete de espaldas”.
La realidad es que Gn 3,15 profetiza que un descendiente futuro y singular de
Eva, seducida por la serpiente, castigará al tentador.
Este pasaje es absolutamente mesiánico y no debe ser separado de otros textos
que ayudan a dar una mayor luz interpretativa como el Oráculo de Balaam
(Num 24), en donde leemos pasajes tales como: “Sale un héroe de su
descendencia, domina sobre pueblos numerosos” (Num 24,7) o “Lo veo,
aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una
estrella, un cetro surge de Israel” (Num 24,17). De este modo la
descendencia o linaje de la mujer no es otro que Cristo.
III.
Aspecto mariológico
Se ha visto que el linaje de la mujer es el Mesías, alguien concreto, singular
y no colectivo, debemos dilucidar, entonces, cuál es la mujer que menciona Gn
3,15c, de quien vendrá aquel que derrotará a la serpiente.
Es evidente que existe un sentido inmediato que tiene su referencia
directamente a Eva, más aún considerando que el vers. 16 contiene el castigo
divino a la mujer que cayó frente a la tentación del demonio. Pero ello no
quita, incluso por determinadas apreciaciones del mismo texto, que se haga
referencia a otra persona, más aún, si atendemos de que se trata también de un
pasaje con contenido profético.
En contraposición con el vers. 16, en donde la desolación impera por la pena
impuesta dada la falta cometida, en el vers. 15a, la imagen de la mujer es
triunfalista y, evidentemente, Eva no se puede considerar como triunfadora sino
todo lo opuesto.
Si recorremos la
Sagrada Escritura, jamás vamos a encontrar una imagen
victoriosa de Eva, sino, todo lo contrario, aparece como la mujer seducida,
vencida, sumida en la tristeza y con la terrible carga de haber sido la primera
responsable de introducir el pecado y la muerte en el mundo. Basta observar
algunos pasajes: “Por la mujer fue el comienzo del pecado, y por causa de
ella morimos todos” (Eclo 25,24); “Temo que, al igual que la serpiente
engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la
sinceridad con Cristo” (II Cor 11,3); “El engañado no fue Adán, sino la
mujer que, seducida, incurrió en la trasgresión” (I Tim 2,14); etc.
De aquí que en Gn 3,15a, haya que afirmar con certeza que detrás de Eva hay
otra mujer, la Nueva Eva,
y por lo cual tendríamos que la palabra mujer está designando en sentido
literal inmediato a Eva y en sentido plenior a María.
Volviendo sobre la triple oposición contenida en Gn 3,15, sin dejar de lado que
la palabra principal es “establezco”, pues es la que manifiesta la
voluntad divina en una acción concreta, es clave detenerse en el término “enemistad”,
constituyendo el gozne sobre el cual gira todo el argumento del texto.
La enemistad puede darse en lo que podríamos llamar dos planos: uno superficial
e imperfecto, y otro pleno o perfecto. La enemistad entre el linaje de la mujer
y el linaje de la serpiente de Gn 3,15b, como se vio con anterioridad, es
colectiva, sea física o moral, y por lo tanto superficial e imperfecta. Pero en
Gn 3,15c, hemos visto que esa enemistad, con Cristo, se transforma en singular
y personal, distinta al resto del linaje de la mujer de Gn 3,15b, y además es
plena y perfecta. Lo mismo es aplicable a Eva respecto a María. Estos
paralelismos nos remiten a considerar que Cristo y María tienen “las mismas
enemistades”, que son plenas y totales respecto al demonio, tal cual lo
sostenido por Pío IX en la bula Ineffabilis Deus. Con ello se confirma
que Gn 3,15 habla en sentido plenior de María.
IV.
La tradición exegética
La particular traducción de la
Vulgata de Gn 3,15c de ella (ipsa) en vez de él,
fue una de las causas que llevaron a que no hubiese una interpretación
mariológica unánime del Protoevangelio entre los Padre de la Iglesia. Algunos
de ellos lo hicieron, pero para evitar este escollo y no poner en tela de
juicio a la Vulgata
(que gozaba de una autoridad indiscutible y, por otro lado, no había aún un
desarrollo de la ciencia exegética dedicada a un análisis filológico y crítico
hasta el siglo XI) el sentido mariológico del Protoevangelio lo basaron
sobretodo en Gn 3,15a y no en 15c.
A pesar de que el primero en ver la figura de María en Gn 3,15c fue el obispo
Fulberto de Chartres (+ 1028), considerado el primer teólogo y humanista del
siglo XI y fundador de la célebre escuela catedralicia, no se cambiará el
enfoque exegético mariológico concentrado sólo en Gn 3,15a, hasta bien entrado
el siglo XIII.
Por ello no se puede decir que el período patrístico ofrezca una fundamentación
de peso en el tema, situación que se revertirá con la tradición post-patrística
y que adquirió con el tiempo una presencia importante en la Iglesia en lo que respecta
a la interpretación mariológica del texto genesiaco.
V.
El magisterio eclesiástico
1.
Anterior al Concilio Vaticano II
Anteriormente al Concilio Vaticano II, el magisterio de la Iglesia no ha hablado del
sentido mariológico de Gn 3,15 de modo estricto, pero existen tres documentos
importantes que se acostumbraban citar como argumento de autoridad con un
trasfondo exegético proveniente de la tradición patrística y post-patrística.
Las citas de Gn 3,15 o sus alusiones se reducen a breves fragmentos, pero
tienen en común tres cosas:
- Considerar a Eva como figura de María, unida a Cristo en la lucha contra el
pecado y victoriosa junto con él.
-
Si bien menciona un origen patrístico y de la tradición sobre la interpretación
exegética, no hay citas de nombres dentro del texto ni se transcriben párrafos
de sus obras, como se puede apreciar que ocurre en otros documentos
pontificios.
- En ningún momento se intenta hacer una nueva exégesis sino simplemente se
hace referencia a la ya existente.
A. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus (8.XII.1854):
“...,al glosar las palabras con las que Dios,...aplastó la osadía de la
engañosa serpiente y levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje,
diciendo: ‘Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre su descendencia y la
suya’; enseñaron (los Padres y escritores eclesiásticos) que, con este
divino oráculo, fue de antemano designado clara y patentemente el
misericordioso Redentor del humano linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios,
Cristo Jesús, y designada su santísima Madre, la Virgen María”.
En este párrafo que se trascribe Gn 3,15a como enseñado por la tradición de la Iglesia, pero el sujeto
del párrafo con que se introduce la bula se refiere a “algunos” y no a todos,
por lo que no habría un consentimiento común y universal. Esto puede
corroborarse además por la referencia que hace el documento a los Padres cuya
lista es bastante modesta.
B. Pío XII: Constitución Apostólica Munificentissimus Deus
(1.XI.1950):
“Pues debe sobre todo recordarse que, ya desde el siglo II, la Virgen María es
presentada por los Santos Padres como la nueva Eva, aunque sujeta,
estrechísimamente unida al nuevo Adán en la lucha contra el enemigo infernal;
lucha que, como de antemano se significa en el Protoevangelio (Gn 3,15), había
de terminar en la más absoluta victoria sobre la muerte y el pecado, que van
siempre asociados entre sí en los escritos del Apóstol de las gentes (Rom 5 y
6; I Cor 15,21-26.54.57)”.
Pío XII no hace referencia directa a Gn 3,15, sino a la interpretación de la
tradición que asocia a María, nueva Eva, con la lucha contra el demonio. A San
Justino (+ 165) se le atribuye haber explicitado por primera vez el paralelismo
Eva-María en el Diálogo con Trifón, y posteriormente retoma el tema San
Ireneo (+ 202) en Contra los herejes. Considerando estrictamente el
documento pontificio en su conjunto, basándose en la Escritura y en relación
al triunfo sobre el enemigo, la enseñanza emergente es plenamente cristológica
quedando casi totalmente diluido cualquier sentido mariológico.
C. Pío XII: Encíclica Fulgens corona (8.IX.1953):
“...,ya en las Sagradas Escrituras aparece el fundamento de esta doctrina,
cuando Dios, creador de todas las cosas, después de la lamentable caída de Adán,
habla a la tentadora y seductora serpiente con estas palabras, que no pocos
Santos Padres y Doctores de la
Iglesia y muchísimos autorizados intérpretes refieren a la Virgen, Madre de Dios:
‘Pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la
suya...’(Gn 3,15)”.
Nuevamente aquí, al decir “no pocos Santos Padres...”, deja en claro que
no existe un consentimiento unánime en lo que a interpretación exegética
respecta.
2.
El Concilio Vaticano II:
Constitución Dogmática Lumen Gentium (21/XI/1964)
Recién con el Concilio Vaticano II, se puede hablar de un progreso sobre el
magisterio eclesiástico anterior, pues por la fuerza del lenguaje, las
expresiones utilizadas y los fundamentos esgrimidos, estaría enseñando el sentido
mariológico de Gn 3,15, sin márgenes de duda:
“Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en
la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos
primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos
bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad
iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es
insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a
nuestros primeros padres caídos en pecado (Gn 3,15)” (Concilio Vaticano II,
LG VIII, 55).
3.
Juan Pablo II: Carta
Encíclica Redemptoris Mater (25/III/1987)
Esta Carta Encíclica constituye el documento pontificio mariano más moderno y
en sus NN° 7 y 11, se menciona a Gn 3,15 con la certeza que la “mujer” allí
nombrada es indiscutiblemente figura de María.
“El plan divino de la salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la
venida de Cristo, es eterno. Está también -según la enseñanza contenida en
aquella Carta y en otras Cartas paulinas- eternamente unido a Cristo. Abarca a
todos los hombres, pero reserva un lugar particular a la ‘mujer’ que es la Madre de aquel, al cual el
Padre ha confiado la obra de la salvación. Como escribe el Concilio
Vaticano II, ‘ella misma es insinuada proféticamente en la promesa dada a
nuestros primeros padres caídos en pecado’, según el libro del Génesis (cf. 3,
15)” (N° 7).
“En el designio salvífico de la Santísima Trinidad el misterio de la Encarnación constituye
el cumplimiento sobreabundante de la promesa hecha por Dios a los hombres,
después del pecado original, después de aquel primer pecado cuyos efectos pesan
sobre toda la historia del hombre en la tierra (cf. Gn 3, 15). Viene al mundo
un Hijo, el ‘linaje de la mujer’ que derrotará el mal del pecado en su misma
raíz: ‘aplastará la cabeza de la serpiente’. Como resulta de las palabras del
protoevangelio, la victoria del Hijo de la mujer no sucederá sin una dura
lucha, que penetrará toda la historia humana. ‘La enemistad’, anunciada al
comienzo, es confirmada en el Apocalipsis, libro de las realidades últimas de la Iglesia y del mundo, donde
vuelve de nuevo la señal de la ‘mujer’, esta vez ‘vestida del sol’ (Ap 12, 1)”
(N° 11).
La
presentación del texto de Gn 3,15 parte del plan de la salvación como acto
trascendental de la
Santísima Trinidad cuya concreción se da en la Encarnación del Verbo.
En ese designio divino está incorporada la “mujer” profetizada en el Génesis y
hecha realidad en María, cuyo Hijo es el “linaje de la mujer” que derrotará al
pecado. Hace finalmente un paralelismo entre la “mujer” del Génesis y la
“mujer” del Apocalipsis, a la que vincula por medio de la “enemistad” con la
serpiente, que tuvo sus comienzos en los albores de la humanidad y tendrá su
culmine en la consumación de los tiempos concluyendo con el triunfo sobre el
enemigo. Al unir ambos textos que constituyen los extremos de la Revelación, esa “mujer”
que no es otra que María, asociada a la economía salvífica, es para toda la
humanidad signo de la intervención divina, de la lucha contra el mal y también
de la victoria final.