miércoles, 22 de junio de 2011

Sólo una cosa… ¡Gracias Señor!

Sólo una cosa… ¡Gracias Señor!

“¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor!” (Sal 118,1). Así empieza el salmo que se proclamó hoy 29 de Abril de 2011 en la Santa Misa. Este día tiene un especial significado para mí, y la acción de gracias que proclama el salmo se reviste en mi corazón de gratos sentimientos y bellos momentos.

Es que justo hoy, 29 de Abril, conmemoro el año 11 del inicio de mi proceso de conversión. Así es, fue el sábado 29 de Abril de 2000 el día en que empezó esta fascinante aventura que, con la ayuda de Nuestra Señora, se extenderá hasta la eternidad.

A las 7 de la noche de aquel sábado del año 2000 me senté a hablar con mi primo Christian Zuluaga -para quien suplico toda clase de bendiciones- acerca de Dios… jamás imaginé que al terminar la conversación -a las 6am del día siguiente- las cosas iban a cambiar para siempre. Aquel día… conocí el Amor: conocí a Jesús y a su Madre. Recuerdo que la conversación terminó con la “Bendición de la Virgen” y allí Nuestra Señora me recibió en sus brazos. En aquel momento no entendía muy bien lo que estaba pasando… es como si toda la realidad se hubiese iluminado con un nuevo resplandor, como si aquello que me había importado poquísimo -mi fe- reclamara en mi vida el primer lugar, como si un cántico de mi alma hubiese encontrado la nota exacta en la que debía sonar mi vida… experimentaba una extraña sensación de saciedad, de certeza, de seguridad… algo me decía en el corazón: ¡llegué, esto es lo que tanto había anhelado! Y lo que experimentaba no era producto de haberme encontrando con una bella corriente de pensamiento, ni con una ideología o filosofía… mucho menos con una simple propuesta altruista… lo que me fascinaba no era “algo”… ¡era Alguien! ¡era Jesús!

¿De qué hablé con mi primo en aquella fría noche de Abril? De nada extraordinario… bueno, más bien ¡de lo más extraordinario! Sí, por una parte no fue nada que llamara particularmente la atención al católico mediocre de aquel entonces, pero a la vez era lo más hermoso que hubiese podido escuchar. Mientras hablábamos del amor de Dios, de la Iglesia, de la escatología, de las apariciones de la Virgen, etc. mi entendimiento iba siendo iluminado y mi corazón reconfortado. Conocí a un Jesús vivo, que me amaba… ¡Comprendía lo que me decía y me parecía absolutamente coherente! ¡Mi razón, que fungía de rebelde, se ensanchó para abrazar la Verdad! ¡Hasta ese momento no me había dado cuenta del tesoro que tenemos en la Iglesia! Cerca de las 3am, en un momento de profunda conmoción interior, recuerdo que le dije a mi primo: “¡Vivir así me parece maravilloso… pero dificilísimo!” Él se me quedó mirando y después de una pausa sólo dijo: “Lo que para ti es imposible… ¡para Dios es posible! Si él te pide que vivas como un verdadero católico ¡te dará la gracia para que lo hagas!” Me sentí abismado por aquella respuesta, como aplastado por la fuerza de la verdad.

Luego vino la “Bendición de la Virgen”. No sabía bien qué era… sólo abrí mis brazos “en posición de recibir” y mientras con mis ojos cerrados sentía que una cruz era dibujada en mi frente por el dedo pulgar de mi primo, mi cuerpo comenzó a descansar. De repente, ya no estaba de pie… mi hermano, que estaba allí, me recibió en sus brazos y caí en lo que se conoce como “descanso en el Espíritu”… sólo puedo describir esa experiencia con una palabra: Felicidad. Simplemente eso, “estaba feliz”. No quiero alargar mucho la historia, sólo me resta contar que después de aquella bendición, viví una especie de “experiencia sobrenatural” que se constituyó en el broche de oro que cerró aquella noche… eran las 6 de la mañana.

A la fecha, han pasado 4.017 días (con dos años bisiestos), 96.408 horas, 5.784.480 minutos, 347.068.800 segundos… Un sinnúmero de recuerdos, lágrimas, risas, retos, esperanzas, oraciones, gente bella… He visto la gloria de Dios ¡y la he experimentado! Cada día que pasa me siento más abismado; mi Señor siempre me tiene una sorpresa nueva. No les niego que en este camino he tenido fuertes pruebas; sin embargo, en cada una de ellas he mirado a mi Madre Bendita y le he gritado desde mi alma: “tenme que no caiga, conserva mis bienes que no me saqueen, protege en mí la Vida Divina, ¡Defiende a quien a ti se ha consagrado!”. Miles de rosarios y Misas, cientos de retiros espirituales, cantidad de confesiones… mucho, pero mucho amor de Dios.

Hoy, después de 11 años, me he preguntado ¿a qué he renunciado desde entonces? ¿qué he tenido que dejar por amor a mi Dios? Les soy sincero al decir que no me es fácil responder. Si les digo que tuve que dejar algunos amigos de entonces, ¡ahora tengo el 1.000.000 de amigos que soñó Roberto Carlos! Si les digo que tuve que dejar diversiones, ¡les aseguro - como diría Martín Valverde- que desde entonces “he vivido más aventuras que Indiana Jones y Rambo juntos”! Si les digo que renuncié a los placeres ilícitos, ¡les aseguro que no hay placer que se pueda comparar con el gozo de ver la conversión de un alma a Dios!; si les digo que perdí muchas oportunidades económicas que en medio de su ilicitud se me presentaban como atractivas, ¡hoy me veo obligado a reconocer que Dios jamás se deja ganar en generosidad!

Hoy sólo quiero decir ¡Gracias! Gracias a Dios porque “me amó hasta el extremo”, gracias a La Señora porque sin ella nada puedo, gracias a tantos santos del Cielo que han intercedido por mí, gracias al Beato Juan Pablo II cuyo amor a la Virgen me recuerda lo mucho que me falta por amarla, gracias al Papa Benedicto XVI por enseñarme la Verdad, gracias a Rodrigo Jaramillo por ser mi guía, mi hermano, mi padre en estos once años, gracias a los Sacerdotes que me han ministrado los sacramentos, gracias a mi familia que ha sido un verdadero cielo en la tierra, gracias a mis amigos, gracias a todos los que han orado por mí, gracias a los que se han mantenido fieles en esta hermosa vocación, gracias a todo Lazos de Amor Mariano…

Wilson Tamayo, Misionero LAM
Gracias wilson y ADELANTE !!!