domingo, 6 de enero de 2008

CURSO BIBLICO 3

TEMA 3: EL REINO EN OBRAS PODEROSAS


TEXTOS: Mc 3,1‑30; 5,1‑42; 6,30‑56;
Mt 8,1 ‑ 9,38; 14,13‑36; 15,21‑39;
Lc 4,31 ‑ 5,26; 7,1‑17; 8,22‑56.
(También los pasajes paralelos y además Hch 5,1‑21; 9,32‑42; 16,16‑40 y 28,1‑10 )

Para el encuentro comunitario: Mc 1,21‑34 (cura posesos y enfermos)


CLAVE BIBLICA



1. NIVEL LITERARIO.

Obviamente no conocemos los hechos milagrosos de Jesús directamente, sino a través de su testimonio literario. Este, sin duda, fué primero oral, en la transmisión popular y en la predicación de los apóstoles y discípulos. Sólo más tarde se puso por escrito, tal vez antes de los relatos evangéli­cos; pero ahora sólo nos quedan estas redacciones evangélicas, enriquecidas ya por la relectura eclesial de nuestros primeros hermanos en la fe, testi­monio canónico o regla primordial de nuestra propia lectura. Dentro de la literatura sobre obras poderosas hay que distinguir:

1.1. Sumarios

Los "sumarios" o resúmenes de la actividad de Jesús que los evangelis­tas colocan en puestos significativos. En ellos se habla sobre todo de su actividad sanadora o curativa de enfermedades y de su actividad exorcista o liberadora de personas que se sienten poseídas por un demonio o "espíritu" malo o impuro (Mc 1,32‑34; 3,10‑11; 6,54‑56 y sus paralelos. Mt casi sólo habla de curaciones: 4,23; 9,35; 14,14; 15,30-31 19,2 y 21,14. Lc acentúa la "Fuerza" que tiene Jesús y los suyos: Lc 5,17 y 6,18-19; 8,46; y aún Hch 2,22; 6,8; 8,13; 10,38 y 19,11.

1.2. Relatos de milagros

Los "relatos de milagros" forman un género literario muy usado en los sinópticos. Mc contiene unos 17 o 18 relatos; otros tantos Mt, y Lc unos 20. Incluso el evangelio de Jn narra largamente, con claves propias, unos 8. En conjunto pueden contarse unos 30 relatos, sobre todo de curaciones y exorcismos. Ocupan aproximadamente una quinta parte del material sinóptico. En la documentacion auxiliar ponemos la lista pormenorizada.

1.2.1. Características de la tradición oral popular

Estos relatos son conocidos también fuera de los evangelios, en dis­tintas culturas del área mediterránea y otras. Así la tradición milagrera de ciertos santuarios populares griegos o de ciertos taumaturgos helenistas; y también de santos rabinos que obraron curaciones y otros milagros. El propio evangelio da por supuesto que entre los judíos hay quienes realizan milagros o echan demonios, en nombre de Jesús a veces (Mc 9,38s; Lc 9,49s; Hch 3,16). En todos estos casos cabe señalar la presencia de unos elementos comunes o formas estereotipadas de narrar.

Hay tres elementos necesarios: el enfermo o necesitado con su dolen­cia o problema, el taumaturgo o salvador que lo libra de su carencia y la liberación de la enfermedad o limitación. Pero, para hablar de "milagro" y no de medicina o magia, hay que añadirle el contexto religioso, la referen­cia a un Dios salvador, ya directamente ya por intermediarios. Por su carác­ter popular, los relatos de milagros, como los exvotos de la gente popular hasta nuestros días, suelen recalcar la dificultad vencida y referirla en tono de alabanza o acción de gracias al Benefactor primero, del que el tem­plo o el taumaturgo son mediaciones. Además suelen subrayar la petición o súplica que ellos hacen o los intermediarios del enfermo.

Tal vez nada muestra mejor la dificultad de la enfermedad o el proble­ma como la posesión demoníaca, que es el signo más claro de esta extrema imposibilidad de superar el caso. Para el oyente o lector que no ha presen­ciado la realización del milagro, es necesario subrayar especialmente algu­na comprobación del milagro acaecido; por ello, se insiste en su inmediatez, a veces seguida de una gran ponderación del público que fue testigo. Otros elementos más secundarios no están siempre presentes, como algún acto prepa­ratorio o algún gesto o palabra eficaces, o la propagación de la noticia y la fama del taumaturgo.

1.2.2. Rasgos de la narración escrita evangélica

Los evangelios se basan, en muchas ocasiones, en unas tradiciones ora­les populares, que no por ser cristianas dejan de tener esos mismos tópicos. Es evidente que tienen también sus rasgos peculiares, como el hecho de no tratarse casi nunca de milagros de castigo o en favor del taumaturgo; tampo­co culminan en algún acto cultual ni promocionan la fama de algún santuario. En cambio, hay otros rasgos casi exclusivos o muy peculiares de los relatos evangélicos.

En primer lugar, hay que señalar la actitud de compasión o misericor­dia de Jesús taumaturgo, concorde con todo lo señalado en el tema anterior. Además, no falta nunca, de un modo o de otro, como concausa, como exigencia o como resultado, la actitud de fe del beneficiario y/o de sus intermedia­rios o de los discípulos.

Si a veces la reacción de algunos es de crítica, escepticismo y hasta tergiversación, éstos quedan plenamente descalificados en el relato evangé­lico. En estos casos el género se aproxima o se mezcla con las controversias o disputas de Jesús con sus adversarios; y sirve como legitimación de su conducta y de su enseñanza, en la polémica antilegalista o antifarisea.

Cerca de esto están los casos en que una curación va ligada a un acto de perdón de pecados, como parte integrante de la liberación o salvación de la persona "sanada"; así como los múltiples relatos de curación obrados por Jesús precisamente en día de sábado. Es muy notable la presencia de un coro de admiración o alabanza como desenlace final de los relatos evangélicos de milagro, que apunta a su utilización cultual y que, de hecho, no acostumbra a faltar nuca en los relatos populares.

Además de esto, los relatos evangélicos -incluso ya la misma tradición oral cristiana de Galilea que puede estar a la base de muchos de ellos- hacen una interpretación teológica de las "obras poderosas" de Jesús, rele­yéndolas a la luz pascual, con la mejor comprensión de las mismas que el Espíritu del Resucitado les está dando. Las releen desde la acción de Dios por su pueblo, testificada ya en el AT, y desde la fe pascual en el Señor y su fuerza salvadora. Sobre ello volveremos en los otros niveles.

1.2.3. Diversas clasificaciones

Los autores suelen hacer frecuentemente una distinción muy general en­tre milagros "de la naturaleza", que se realizan sobre cosas infrahumanas (agua, pan, peces); y milagros "de personas", como es el caso de la mayoría de las curaciones y los exorcismos. Es una división secundaria, sin gran base en los relatos, pues siempre se trata de milagros hechos "para las per­sonas", que tienen también obviamente su lado su lado "natural".
Otros prefieren distinguir los milagros según el tipo de problema o límite que se supera. Así, hablan de "curaciones"," exorcismos", "donacio­nes", "salvamentos" y "milagros de legitimación", según haya que vencer una enfermedad, una posesión, alguna carencia o peligro graves (hambre,tempes­tad), o bien se trate de reforzar la autoridad de la doctrina o de la per­sona del taumaturgo o los suyos.

Tal vez lo más importante de esta clasificación, más allá de su carác­ter descriptivo por temas, sea la diferenciación que se establece entre las "curaciones", por un lado, cuya iniciativa parte casi siempre de los enfer­mos o sus intermediarios; y los "exorcismos" y "donaciones", por el otro, en cuyo caso la iniciativa parte generalmente de Jesús, conmovido por una si­tuación sin salida aparente. En el primer caso Jesús supone o pide la fe del beneficiario; mientras que en el segundo más bien la suscita o entra en la comprensión del significado del milagro.

Finalmente, hay quienes dividen los milagros en relatos "breves" o "pormenorizados", y "apotegmas" o "paradigmas", donde lo esencial no es el milagro sino el "dicho de Jesús". Lo malo de tal división es que a veces prejuzga la historicidad del relato que acompaña al dicho; cuando, en reali­dad, forman una unidad estrecha casi siempre. Para algunos, según el reite­rado testimonio evangélico, la unión de ciertos milagros con el perdón, el sábado o los marginados de la sociedad judía son rasgos decisivos de su historicidad global.

1.3. Dichos de Jesús sobre milagros

Distinto es el caso de algunos "dichos de Jesús" sobre milagros, en los que no se narra ninguno en particular, pero que se refieren claramente a su actividad sanadora y exorcista. No son muy numerosos, pero son muy impor­tantes. Los de Mt 11,21‑22 y 12,27‑28, con sus paralelos en Lc 10,13‑14 y 11,1­9‑20, pertenecen tal vez al núcleo más antiguo de la tradición evangéli­ca sobre Jesús taumaturgo. A ellos hay que añadir, por lo menos, el de Mt 11,5 (= Lc 7,22), con ocasión de la embajada del Bautista; y el de Mc 3,22, que Mt y Lc relacionan con el primero de los citados.

Llama aquí la atención la obviedad y sobriedad de lo que se dice. Se supone que el exorcismo es ya una práctica judía, y que forma parte esencial de la venida del Reino que Jesús anuncia y trae. Sobre el alcance significa­tivo y teológico volveremos más adelante; pero estos dichos nos invitan ya a pasar al nivel siguiente.


2.NIVEL HISTORICO.

2.1. Las "obras poderosas" de Jesús

Estas "obras poderosas", como acabamos de ver, forman parte de bastan­tes sumarios evangélicos sobre la actividad de Jesús; más aún, constituyen una gran parte de la misma, tal como reflejan los numerosos "relatos de milagro", incluso en el evangelio de Juan, que no consideramos aquí. Además, están los "dichos" de Jesús, que les confieren un alcance significativo, en gran medida prepascual, dan una certeza global, incluso al historiador más crítico, para admitir la actividad taumatúrgica (sobre todo de curaciones y exorcismos) del Jesús de la historia.

Es verdad que los relatos evangélicos no conocen nada sobre hechos mi­lagrosos realizados en Corozaín o en Betsaida, que la acusación de endemo­niado, que nos consta también por Juan (7,20 y 8,48.52), cae mejor en un ambiente prepascual, lo mismo que la embajada del Bautista, aunque este relato parece ya reflejar una cristología pospascual. Es verdad también que los mismos Evangelios testimonian que Jesús se negó repetidas veces a obrar "una señal del cielo", como le pedían sus adversarios, aunque se remite a sus curaciones, no sólo ante la embajada del Bautista, sino también ante el pueblo en general y ante sus propios enemigos. Más específicamente, en el caso de Corozaín y Betsaida, Jesús admite la ineficacia y el fracaso de los milagros para lograr la conversión de sus habitantes; y, en el caso de la acusación de expulsar demonios "con el poder de Beelzebú", se remite a la práctica exorcista judía y, sobre todo, interpreta la propia como una prueba de la presencia del Reino de Dios en medio de la historia.

Pero lo importante es darse cuenta de que cuando Jesús libera a una persona de cualquier tipo de alienación, allí está ya aconteciendo la salva­ción escatológica realizada por Dios, misteriosa pero real.

2.2. La mentalidad popular mediterránea

A nosotros nos puede parecer -y tal vez con alguna razón- que, en los "relatos de milagros", se le da a esta actividad de Jesús más importancia que la que Él mismo, de hecho, le dio. La primera razón puede estar, además de la presencia masiva de enfermedades y carencias entre los pobres, en el carácter popular de los autores y de los destinatarios primeros de estos relatos (también de los lectores cristianos de los evangelios canónicos y apócrifos). Convendría leer algunos relatos de milagros contados en el mundo grecoromano de la época y de los siglos anteriores y posteriores, así como también en el mundo judío, más cercano a Jesús, sin olvidar los relatos milagrosos del ciclo de Elías y Eliseo sobre los que volveremos, para enten­der mejor este tema.

2.2.1. Mentalidad precientífica

El primer rasgo, evidente y obvio, que está a la base de los relatos de milagros y de la actitud ante cualquier suceso milagroso es la postura precientífica de testigos y narradores de esos acontecimientos. La concep­ción del mundo de la gente popular de aquella época -y tal vez de muchas otras épocas y culturas populares actuales- no veía ninguna dificultad en admitir esas intervenciones "divinas", y su problema era más bien de inter­pretación de las mismas (qué Dios o qué demonio habían producido aquel fenó­meno).

Incluso donde existe una cierta actitud racionalista y crítica, se da por obvio que Dios puede hacer cualquier cosa, que "supere las leyes de la naturaleza", como han afirmado apologetas creyentes hasta nuestros días. No hay ningún relato de milagro, ni evangélico ni extraevangélico, que resista un análisis crítico en orden a fundamentar su historicidad o, al menos, su carácter "extraordinario", en el sentido de quebrar leyes naturales. Es cierto que la ciencia actual no pretende conocer leyes naturales absolutas; pero no lo es menos que no admite tampoco la ingenuidad de la mayoría de esos relatos como prueba de superación de las complejas y relativas "leyes naturales" físico-químicas.

2.2.2. Mentalidad inmediatista

Tachada precipitadamente de ingenua, esa mentalidad popular piensa en Dios de una manera inmediatista, como autor cierto, aunque oculto, de esos acontecimientos extraordinarios. Debemos notar que en esa mentalidad popu­lar, que es la de gran parte del AT y del NT, es obvia la acción de Dios detrás de todos los fenómenos naturales, comenzando por la creación y si­guiendo por las lluvias y cosechas, por no hablar de la vida y la muerte. Esta es la visión de fe en la creación y la providencia divinas, que no es en ningún modo ingenua, pero que tampoco es obvia ni demostrablemente im­puesta a la razón, ya que pasaría a ser ciencia. El fallo mayor de esa pos­tura está en el olvido de las mediaciones, del valor autónomo de la crea­ción, y de la seriedad y responsabilidad del hombre como culmen de la crea­ción y constructor de la historia o hacedor de cultura (cultivo de la tie­rra, relaciones e instituciones humanas y culto a la Fuente y Meta trascen­dente).

2.3. Mentalidad religiosa hebrea

Los autores de la tradición oral sobre los milagros, como los mismos testigos de las obras poderosas de Jesús, estaban impregnados de la cultura religiosa hebrea. En el AT -y en el Judaismo de la época- la fe en el Dios Creador y en su Providencia son rasgos esenciales de la visión del mundo, del hombre y de la historia. En las relaciones de Dios con los hombres y de éstos con Dios, el Poder y la Bondad de Dios se muestran de mil modos, sobre todo cotidianos (vivir, respirar, tener salud, tener larga vida, tener hi­jos, lluvias oportunas, cosechas abundantes).

A veces, en ocasiones especialmente difíciles y como sin salida, se ve también la mano providencial de Dios detrás de acontecimientos que, por otra parte, pueden tener su mediación natural o humana evidente (liberación de Egipto, arca de Noé, viento sobre el Mar Rojo, jueces liberadores, leyes mosaicas, palabras proféticas...). Otras veces, la intervención divina re­viste carácter de inmediatez, como señalamos ya en la mentalidad popular, común también en la Biblia.

2.3.1. Aspecto simbólico

Lo más característico de esas intervenciones extraordinarias de Dios, que el AT llama "signos y prodigios" muchas veces, es su valor simbólico y liberador. El valor simbólico está patente en los relatos mismos, y en ese permanente significado para la fe de Israel que tienen los acontecimientos que acompañaron a su nacimiento como pueblo, tanto en la liberación de Egip­to como en el asentamiento en la Tierra de la promesa. Son el símbolo de la elección de Dios y de su Providencia amorosa en las situaciones más angus­tiosas de la historia.

Mantienen la memoria agradecida y suscitan la esperanza en los momen­tos, personales o colectivos, en que parece que swe cierra el futuro. Son un modo de ver la realidad, de interpretar el pasado y el presente, y de impul­sar acciones que se expresan a través de esa estructura simbólica. Los Sal­mos vuelven una y otra vez a esa memoria y dan testimonia, a la vez, de las mil pequeñas o grandes liberaciones que el fiel o la comunidad orante han experimentado.

2.3.2. Aspecto liberador

Casi sin poderlo evitar hemos hablado ya del aspecto liberador de los signos y prodigios bíblicos. El Dios del Exodo y los Profetas (especialmente Elías y Eliseo) realizan una serie de gestos liberadores, sobre todo colec­tivos, pero tambien individuales (otra vez Elías y Eliseo, junto a Isaías y Daniel o Jonás), que sacan efectivamente al hombre de situaciones de opre­sión política, religiosa, corporal o económica. Ninguna de ellas, ni aún la liberación de Egipto, tan paradigmática en el AT, son la liberación integral ni, menos aún, definitiva.

Al lado de la liberación de la opresión está la ambigüedad y, peor aún, la violencia de la conquista; al lado de la ordalía del Carmelo está la masacre de los 450 profetas de Baal, etc. Junto a la viuda de Sarepta, su hambre y su hijo muerto, habría sin duda muchas más viudas, más hambres y más niños muertos. Pero los hombres de fe del AT ven la mano de Dios, bueno y poderoso, en esas liberaciones reales, por muy parciales y efímeras que sean.

Es bien probable que la tradición eclesial diera ya un tono veterotes­tamentario a los milagros de Jesús. El caso más patente sería la multiplica­ción de los panes, narrada hasta seis veces en los Evangelios, en un contex­to a la vez de "desierto" y de "pascua eucarística". La liberación de las olas del mar y el caminar sobre las aguas también nos recuerdan el primer Exodo; en ambos casos se ve "el Dedo Dios" actuando (Ex 8,15; Lc 11,20). Los ciclos de milagros de Elías y Eliseo han influido sin duda en la forma­ción de la serie atribuída a Jesús, en la que se incluye la resurreción de un hijo de viuda (cf. Mc 6,15; Lc 7,11‑17 y ya 4,25ss).

Jesús repite y supera los signos y prodigios liberadores del Exodo y de Elías; pero sobre todo anticipa los esperados por Isaías para el futuro como símbolos de la salvación o de la llegada del Reino escatológico (Is 26,19; 29,18-19; 35,5-6; 42,7 y 61,1, aludidos sin duda en Mt 11,4-5). Esta relectura veterotestamenta­ria simbólica, presente sobre todo en Lucas y Hechos (Hech 2,19‑22; 2,43; 4,30; 5,12; 7,36...), llegará a su cumbre en Juan.

2.4. Redacción evangélica

Las "obras poderosas" de Jesús nos han llegado, en definitiva, a tra­vés de la cuádruple redacción de los evangelistas. Esto implica ya la predi­cación apostólica, cargada de interpretación del acontecimiento de Jesús, incluída su Pascua y la experiencia del don de su Espíritu, actuante en las comunidades desde y para las que escriben. Se trata de un nivel cristológico y teológico; pero ya a nivel literario conviene hacer notar su presencia y aún los distintos matices que cobra en cada uno de los sinópticos.


2.4.1. Perspectiva cristológica

Hay en todos los relatos una perspectiva cristológica, ya que se trata de las "obras poderosas" de Jesús y no de posibilidades generales de mila­gros. En cierto sentido "se rebajan", al poner gestos similares en otros (Mt 12,27); aunque éstos los hagan con la misma fuerza de Dios que está actuando en él o, incluso, "en su Nombre" (Mc 9,38). Por otro lado, Marcos subraya el caracter paradójico de las curaciones y exorcismos de Jesús, que son incom­prendidos por la gente, malinterpretados por sus adversarios y suscitan una reacción mortífera; en el camino hacia Jerusalén y, sobre todo en los momen­tos de la pasión y de la cruz, desaparecen totalmente, pues no son nunca para utilidad del mismo Jesús. En cambio, muestran su victoria sobre las fuerzas del mal, sobre los espíritus inmundos y sobre las carencias y debi­lidades de los hombres. En ellos se expresa la fe de la Iglesia pospascual en el Señor que es el Santo y Sanador definitivo de los hombres y de la historia.

Mateo, por su parte, concentra mucho sus relatos en la acti­tud de fe de los beneficiarios, que se expresa ya con el título de Señor y en la pros­ternación casi adorante que le tributan a veces. Es el Señor de la Iglesia, que sigue suscitando la fe de los creyentes, así como también las obras po­derosas entre ellos (Mt 9,28s; 15,28; 17,20; 21,21-22...). Lucas, en su doble obra, ve a Jesús como el Salvador del mundo, y también como Sanador de las enfermedades y acogedor de todos los pecadores y marginados, de los pobres y oprimidos por el diablo (Lc 10,8-9 y Hch 14,8-10). Su actividad curativa y exorcista es una victoria germinal contra el dominio de las fuer­zas del mal, concentradas en Satanás.

2.4.2. Perspectiva soteriológica

Aquí tocamos ya la perspectiva soteriológica, presente en todos los evangelios, aunque Lucas la subraye especialmente. Ya Marcos nos presenta a los demonios previendo el final de su poderío sobre los hombres y a Jesús defendiendo sus curaciones y exorcismos como presencia de la salvación de Dios, de su Reino que llega, de la victoria sobre el "Fuerte" por uno "Más Fuerte"; con Jesús la Fuerza del Reino irrumpe en la historia. Para ello hace falta una actitud de fe, apertura de la mente, confianza de ciego y ponerse en camino en pos de Jesús, ya que sólo el que pierde su vida por Jesús y su Evangelio la salvará.

Mateo subraya el camino del Reino, enseñado por Jesús, Maestro, en va­rios discursos, pero también mostrado en obras, sobre todo en esas "obras poderosas" que concentra especialmente en los cc.8 y 9; pero que repite en sus "sumarios" a lo largo de todo su evangelio (4,23s; 8,16; 9,35; 12,15s; 14,14.34ss; 15,29ss; 19,2; 21,14). Con ambos se cumplen las antiguas prome­sas proféticas, ya que Jesús trae la salvación en las liberaciones que anun­ciaba Isaías, cargando con las enfermedades del pueblo (Mt 8,16-17 y 11,4ss relacionados con Is 53,5.12; 35,10 y 61,1-2 especialmente). Eso debe conti­nuar en la iglesia, poniéndose ésta al servicio de los pequeños, y superando la "poca fe" (Mt 6,30; 8,26; 14,31; 16,8 y 17,20) en su Maestro y Señor.

La obra de Lucas pone por delante las "obras" de Jesús, más admirables que sus palabras (Lc 24,19 y Hch 1,1-3; 2,22). En ellas se mostró Profeta poderoso, capaz incluso de resucitar muertos (Lc 7,11‑17) como Elías y Eli­seo. Con esos gestos legitima la superación de las leyes judías sobre el sábado (dos casos más que en Marcos). Pero, sobre todo, con ellos trae sal­vación al pueblo, a los enfermos y posesos (ambos bien unidos, ya que la en­fermedad también es causada por demonios y la posesión acarrea trastornos físicos y psíquicos); provocando la alegría y los coros de admiración y de alabanza al Dios "que ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de Salvación" (Lc 1,68-69) y trayendo la liberación hoy (Lc 4,14‑18, citando Is 61,1-2).

Esa actividad salvadora continúa en la Iglesia, en fuerza de su Espí­ritu, como testimonian los Hechos (milagros de Pedro y Pablo sobre todo, junto a Juan, Esteban, Felipe y otros: Hech 3,1‑10; 5,1‑11.19‑20; 9,33‑42; 16,16‑18.23‑40; 28,1‑9, etc). En ambos casos se trata de los "signos y pro­digios" que repiten y superan los obrados por Dios en el primer y segundo éxodo y señalan la acción liberadora de Dios en la historia (Hch 2,22.43; 4,30; 5,12‑16; 6,8; 8,6.13; 14,3; 15,12). Si Jesús realizó "obras podero­sas", el Espíritu del Resucitado continúa su obra en el mundo, y hasta les lleva a realizar "obras mayores aún" a los que crean en Él (Jn 14,12; Mc 11,22‑24; Hch 3,6.16; 4,10).


3. NIVEL TEOLOGICO

Tanto la perspectiva cristológica como la soteriológica suponen y piden una lectura desde la fe de esas "obras poderosas" de Jesús, que Él realizó como signo y anticipo de la llegada del Reino. Esa fe, en su primer nivel histórico, era confianza en Jesús, en lo que Él representaba y enseña­ba. En el nivel de la redacción evangélica, es más específicamente cristoló­gica y teológica, como vamos a subrayar inmediatamente. Pero esto supone también que se trata de "signos" y no de demostraciones aplastantes o prue­bas neutras de poderes extraños, que se pueden tergiversar, malinterpretar e incluso acabar revolviendo contra el propio Jesús, como colaborador del Mal y poseedor de malas artes (Mc 3,22‑27; Mt 12,24‑29; Lc 11,15‑22). Esta lec­tura de mala fe es tal vez la postura cerrada a la gracia que Jesús llama "pecado contra el Espíritu": lo único que no se puede perdonar, porque ciega las fuentes del perdón, o mejor, la capacidad de acogerlo.

Ya hemos señalado brevemente en el nivel histórico cómo cada uno de los evangelistas y las comunidades cristianas que representan tienen su acento cristológico y soteriológico, a la vez sustancialmente similar y diferente. Ahora, sin dejar este aspecto de lado, qusiéramos fijarnos más en lo común y similar, en lo radicalmente cristiano y permanente, ahora y siem­pre, en estos relatos de milagros que seguimos proclamando y predicando en nuestra liturgia y catequesis.

3.1. Lo inasible del milagro: la fe

Ya vimos que la actitud de fe ante el milagro es un rasgo típico de los evangelios, y, con toda probabilidad, del Jesús histórico, aunque la Iglesia primitiva y los evangelistas hayan sin duda acentuado y precisado sus contornos. En todo hecho milagroso hay una cara externa, el paso de una situación de enfermedad o "posesión" a otra de salud recobrada y liberación del poseso. Esto, a pesar de lo difícil de aceptar que pueda ser para una cierta mentalidad "científica", no era el problema ni para los judíos del tiempo de Jesús, ni para la inmensa mayoría de los pueblos mediterráneos de entonces y tal vez de otras muchas partes y épocas. Lo decisivo es el con­texto en que tienen lugar esos hechos y el sentido que reciben de ese con­texto, que puede ser bien diverso aun para los que le dan un valor religioso y teológico, que es precisamente más decisivo aquí.



3.1.1. Fe en Jesús

Todos los relatos sinópticos suponen o llevan a una fe en Jesús. A veces Jesús mismo la pide, otras la descubre en los gestos de la gente, otras pregunta sobre ella. Varias veces subraya que es esa fe del enfermo la que le ha curado. Marcos nos dirá que en su pueblo, y en otras ocasiones, Jesús no hace milagros, a causa de la falta de fe (Mc 6,5-6p). Mateo acen­tuará más bien que la incomprensión de los discípulos respecto a Jesús se debe a su "poca fe"; por eso mismo no logran hacer ciertas curaciones que Jesús realiza. Y algún enfermo o familiar reconoce que es pequeña su fe y pide que Jesús se la aumente.

3.1.2. Fe en la fuerza del Reino

Sin embargo, lo que Jesús pide no es tanto una confianza humana en Él, ni siquiera en su autoridad de mediador de Dios, sino una fe en la irrupción de la fuerza del Reino en esas "obras poderosas" que lo manifiestan. Podría­mos decir que hay que creer primero en el Reino de Dios, hacer caso a esa "Buena Noticia" y cambiar la mentalidad al respecto (Mc 1,14-15). Hay que ver a Satanás caer del cielo y perder toda fuerza al obrarse las curaciones y liberaciones concretas (Lc 10,18). Hay que tener uns fe como un grano de mos­taza para que se realicen esos acontecimientos extraordinarios que ella misma posibilita (Mc 11,23-24; Mt 17,20p). Más que causa o consecuencia del milagro, la fe es la realizadora del mismo, en colaboración activa con Dios.

Sólo desde este más amplio contexto apocalíptico o escatológico de la irrupción del Reino en el presente, es posible una correcta lectura de los signos mesiánicos, incluso para el grupo de Juan el Bautista, que podía escandalizarse (Mt 7,22ss). Explicitaremos esto algo más adelante, pero ambos aspectos de la fe van integrados: se tiene fe en Jesús si se tiene fe en la Buena Nueva del Reino que El anuncia y trae. Y se cree en la Fuerza presente del Reino viéndola actuar en las obras poderosas de Jesús (y de los discípulos, en su Nombre).

3.1.3. Definición de milagro

Es posible aventurar una definición de milagro u "obra poderosa", tal como aparece en la Biblia. Por ejemplo se ha definido el milagro como "un prodigio religioso, que expresa en el orden cósmico (el hombre y el univer­so) una intervención especial y gratuíta del Dios del poder y del amor, que dirige a los hombres un signo de la presencia ininterrumpida en el mundo de una palabra de salvación" (Latourelle). Quizás mejor como "un hecho sensi­ble, salvífico, que sorprende a los espectadores, supera las posibilidades actuales del hombre y es interpretado como intervención de Dios, que intenta orientar al hombre hacia El" (Uricchio). También como "una acción sorpren­dente realizada por Jesús (o por los primeros cristianos) con ocasión de una situación aparentemente sin salida" (Léon‑Dufour).

Son perspectivas diversas: de teología fundamental, de exégesis bíbli­ca general y de reflexión hermenéutica sobre los milagros de Jesús. Desde el tema que nos ocupa en este folleto, parece preferible esta última defini­ción, que vamos a estructurar en estos elementos:
a) Acción liberadora de una situación sin salida aparente
b) realizada por Jesús en relación con su anuncio del Reino
c) a favor de personas necesitadas que se lo piden (a veces)
d) como símbolo y anticipo del Reino que ya está ahí.

3.2. La confesión de Jesús Liberador

Las "obras poderosas" de Jesús, que realizó a favor de gente en nece­sidad, respondían ciertamente a una pretensión mesiánica germinal o implíci­ta, que la gente expresaba ya en su salutación como "Hijo de David", e.d., el Mesías descendiente de David y tal vez el verdadero "Salomón sabio y sanador" de la fama popular (Mt 9,27; 12,23; 15,22; 20,30; cfr aún Mt 12,42 y Lc 11,31). Más explícita está la afirmación mesiánica en la respuesta a la embajada del Bautista sobre "El que ha de venir" (Mt 11,2‑6 y Lc 7,18‑23), pues ahí Jesús se refiere al cumplimiento de lo anunciado por Is 26,19; 29,18s; 35,5-6 y 61,1.

Tal vez la formulación actual debe mucho a la relectura eclesial pos­pascual (cfr Lc 24,27.44-45 y Jn 14,26 y 16,13); pero la referencia al es­cándalo cae mucho mejor antes de la Pascua, y empalma con la fama de "comi­lón y borracho, amigo de publicanos y pecadores" que tiene Jesús frente al austero y retirado Bautista, empeñado en preparar al pueblo antes del Juicio tremendo de Dios.

Más obvia es la pretensión mesiánica que barruntan y proclaman con miedo los "espíritus malos", llegando a proclamarlo "Hijo de Dios", que ha venido a destruirlos (Mc 1,24; 3,11; 5,7). Si el pueblo interpreta los exor­cismos como prueba de que es el "Hijo de David", los fariseos se lo atribu­yen a posesión o pacto con "Beelzebú, Príncipe de los demonios" (Mt 12,23-24 y Lc 11,14-15). Jesús aclaró el profundo significado del hecho con tres argumentos, de los cuales el que alude a "Uno más fuerte" resuena mesiánica­mente.

Lejos de atemorizarse ante la acusación de endemoniado, Jesús pasa a acusar de "pecado contra el Espíritu Santo" a los que interpretan sus exor­cismos con tan "mala fe"; y propone como interpetación correcta la que des­cubre en ellos "el Dedo de Dios" y la consiguiente certeza de que "el Reino de Dios ha llegado" (Mt 12,28.31-32; Mc 3,29; Lc 11,20). Aquí aparece la cristología y aún la soteriología eclesiales; pero al fondo está la libera­ción realizada por Jesús y la pretensión, que lleva implícita, de la llegada de los últimos tiempos escatológicos con Él.

Tal vez donde más clara aparece la confesión cristiana es en las ex­presiones de fe que culminan a veces los "relatos de milagro" (Mc 5,34p; 10,52p; Mt 8,13; 9,29; 15,28; Lc 17,19); y que llevan hasta la "prostración adorante" (proskynesis) en pasajes del evangelio de Mateo (8,2; 9,18; 14,33; 15,25). Aunque la actitud de fe es un rasgo sin duda histórico, pues Jesús no curaba si no la encontraba (Mc 6,5-6), la fe explícita en Jesús es un rasgo de Mateo (18,6 y 27,42) y, en definitiva, de la Iglesia primitiva (Mc 16,11.16; Mt 28,17; Lc 24,25; Hch 5,14; 10,43; 14,23; 16,31...). En los exorcismos y en los milagros de donación o legitimación la confesión de Jesús como Salvador queda más en el transfondo, para dejar en primer plano la obra liberadora como signo eficaz o símbolo real de la presencia del Reino.

3.3. La irrupción del Reino de Vida

La fe en la Fuerza del Reino, presente y actuante en las palabras y obras de Jesús, tiene unos momentos de especial relieve simbólico o sacra­mental en estos "relatos de milagro" que estamos considerando. Más allá de su facticidad pasada, y fundándose en esa realidad, la fe eclesial recuerda y relee esas "obras poderosas" de Jesús, no sólo para proclamar su fe en Él, sino para ver de manera ejemplar cómo surgió y qué estructura fundamental tiene.

La fe parte de la condición pobre y necesitada de salvación del hom­bre, y se realiza en la confianza puesta en Jesús y su Buena Noticia: que el Reino de Dios ya está actuando en nuestra historia; que donde hay libera­ción, por pequeña y parcial que sea, allí se anticipa la salvación escatoló­gica y está el "Dedo de Dios" sanando y liberando nuestro cuerpo y nuestra historia concretos. Veámoslo desde dos perspectivas complementarias: los beneficiarios y las opresiones.

3.3.1. Liberación de personas oprimidas y de situaciones de opresión

La mayor parte de los milagros tienen como destinatarios a las mismas gentes con las que Jesús convive, a las que imparte su palabra y dedica sus energías. Son enfermos (ciegos, sordomudos, leprosos, paralíticos y otros) o "posesos" (sean o no enfermos psíquicos, como parece el caso del epiléptico y otros). Son gente marginada por la sociedad (leprosos, posesos, mujeres con flujo, habitantes de sepulcros, cadáveres, extranjeros, paganos). Son gente de la masa (del "ochlos" despreciado. Cfr Jn 7,49): multitud de enfer­mos, que no pueden pagar médico, gentes que pasan hambre, que viven de li­mosna, mendigos y extranjeros, pescadores y publicanos junto a siervos y soldados.

Son los tenidos por "pecadores" y marginados religiosamente (leprosos, cadáveres, extranjeros, samaritanos,"posesos"...y enfermos en general, ya que se les supone castigados por Dios. Cfr Jn 9,2.34). Son generalmente los más pobres del pueblo, los débiles y pequeños (hay niños, criados, mujeres, viudas, mendigos, enfermos crónicos o abandonados, trabajadores del campo y de la mar). Jesús trajo en verdad Buenas Nuevas para los pobres.

Las situaciones de opresión están ya indicadas en esta breve enumera­ción: la enfermedad de diverso tipo, que disminuye las capacidades físicas del hombre; la enfermedad psíquica o la situación límite que encierra al hombre en mudez, autismo, locura o postura antisocial; la pobreza y situa­ción de indefensión, cuando no de opresión y explotación de la masa popular, y especialmente de los débiles y pequeños (niños, mujeres, extranjeros); la marginación social, y especialmente religiosa en la sociedad judía contempo­ránea de Jesús: es el caso de los "pecadores" sociológicos, con los que El come y bebe, y aquienes convida y defiende; pero, en general, de casi todos los enfermos, y especialmente los leprosos y "endemoniados".

Muchas de estas situaciones no sólo están provocadas y mantenidas por los opresores, sino que se dan introyectadas en los oprimidos, que las acep­tan como queridas por Dios, como castigo a sus pecados y a su negligencia en la observancia de la Ley. Por ello la tarea de Jesús tiene que dirigirse también contra las raices y causas de la opresión. El legalismo atosigante, especialmente en lo religioso, y el culto y el Templo explotadores de los escasos recursos de los pobres y viudas están aceptados por el pueblo como medios necesarios de sanación y salvación.

3.3.2. Liberación de agentes y estructuras opresoras

Lo que le importa a Jesús es ciertamente el bienestar de las personas, su plena humanidad, su salvación integral. Pero, aunque sea indirectamente, le preocupan las causas que provocan el malestar del pueblo, la deshumaniza­ción de mucha gente y la marginación de grandes mayorías. Los agentes de opresión son las autoridades romanas, herodianas y judías, así como las élites del judaismo. A ellas aluden textos durísimos como el relato de las Tentaciones (Mt 4, 8-9) o sobre los "jefes de las naciones" (Mc 10,42), cri­ticadas más fuertemente en la versión lucana de ambos pasajes (Lc 4,6 y 22,25).

A las élites religiosas se dirigen las amenazas o "ayes" de Jesús tanto en Mt (23,13‑36) como en Lc (11,39‑54), así como la crítica de Mc (7,1‑13 y 12,38‑44). Son ellas las que mantienen al pueblo marginado y con conciencia alienada de "pecador"; y son las que buscan la muerte de quien les abre los ojos (Mc 3,6; 6,17ss; 8,31; 10,33-34; 11,18; 12,12; 14,1.10-12. 43.53ss; 15,1ss. Además Mt 23,37 y Lc 13,32-33, para no citar a Jn 5,18; 7,1.19.25; 11,50ss. Jesús no invita a la revuelta violenta contra ellos; pero sí los desenmascara ante el pueblo, para que éste se libere de su domi­nación opresora y de la alienación religiosa en que se sustenta. Jesús actuó realmente como un Liberador del pueblo.

Las estructuras opresoras de las que Jesús se siente libre y trata de liberar al pueblo son en primer término religiosas (Ley o legalismo, tradi­ciones, Templo, maestros fariseos, hipocresía socio-religiosa). Esto se debe al carácter fuertemente religioso de la comunidad judía postexílica, junto con el gobierno ordinario teocrático del sacerdocio saduceo y el dominio ideológico de los escribas fariseos con maestros y grupos fariseos en sina­gogas y pueblos. Estas élites sociales refuerzan y mantienen la introyección que el propio pueblo oprimido hace de esos esquemas legalistas y cultuales que los dominan culturalmente.

El poder político supremo, en manos de Roma, no repercutía tan direc­tamente en la vida y la conciencia de la gente, excepto los de tendencia (pro‑)zelota. Varios milagros se realizan en sábado, poniéndolo al servicio del bienestar del hombre y no de una casuística esclavizante. Otros tienen como beneficiarios a personas "pecadoras", "impuras", religiosamente margi­nadas en definitiva (leprosos, publicanos, samaritanos, extranjeros...). Jesús se salta el legalismo, sobre todo de las "tradiciones de los mayores", y trata de liberar la conciencia de "pecador" junto con la recuperación de la salud y la reintegración social. Jesús aparece siempre como un hombre libre y liberador.

3.3.3. Valor simbólico permanente del milagro

Si la Iglesia ha conservado en su memoria tantos relatos de milagros de Jesús es porque, a la luz de la Pascua, ha ido comprendiendo cada vez más profundamente la cercanía salvadora de Dios que se dio en Jesús y continúa activa en la fuerza de su Espíritu, para dar respiro a tantos hombres en situaciones límite y dar esperanza a todos de una liberación total, más allá del límite o "enemigo mayor" que es la muerte.

Los relatos son así, a la vez, símbolos rememorativos de una realidad acaecida y signos prognósticos de una liberación escatológica esperada. Por eso se les llama también "signos"("semeia") y "prodigios"("terata"), sobre todo en Juan, pero también en Lucas y Hechos. La tarea que Jesús realizó, y que la fuerza de su Espíritu continuó en la Iglesia primera, sigue vigente hoy, tal vez bajo nuevas formas, pero siempre en continuidad con sus gestos liberadores.

Jesús no vino a sanar "toda enfermedad y toda dolencia" de la historia (Mt 4,23 y 9,35). Hubo mucho dolor antes de Él y ha seguido habiéndolo des­pues. Por más que los Evangelios tiendan a amplificar sus milagros, es evi­dente que Jesús no curó todos los ciegos ni resucitó todos los muertos que hubo en su Galilea natal, para no hablar del resto del mundo y de la histo­ria. Jesús mismo enseñó a la gente a no buscarle por causa de esas "señales" o milagros, por la utilidad real de esas pequeñas liberaciones, si no las entendían como "signos" de una Liberación mayor y definitiva, escatológica, que ya estaba apuntando en Él y no exclusiva ni primariamente en esos mila­gros, por más que a la gente les impresionaran más éstos ("¿qué significan esas obras de sus manos?... hasta los demonios / hasta el viento y el mar­... le obedecen!" Mc 1,27; 4,41; 6,2...).

Pero a la vez, como aparece en sus dos "dichos" más auténticos sobre milagros, invita a interpretarlos correctamente como liberaciones reales que anticipan y apuntan a ese Reino de libertad y liberación total. A ello res­ponde el nombre más empleado en los evangelios sinópticos para designar estos gestos de Jesús: "dynameis", o sea "obras poderosas"; y algunas veces "erga", "obras", que es el término preferido por Juan, pero que aparece ya en Mt 11,2 y Lc 24,29.

Este carácter simbólico de los milagros nos indica que también nues­tras señales de salvación, la que nos ha alcanzado y transmitimos a los demás, han de mantener su doble aspecto: reactualizadores de los actos libe­radores de Dios en Jesús y anticipadores de la plenitud del Reino. Esta efi­caz y poderosa fuerza de liberación actual que son sus "obras poderosas" de sanación y liberación psicosomática y psicosocial, nos debe llevar a conti­nuar realizando creativamente actos semejantes, en profunda continuidad con lo esencial a que aquéllas apuntan, y con una libre creatividad ante los nuevos signos de los tiempos. Si creemos en Él haremos incluso "obras mayo­res" que las suyas (Mc 11,23s; Jn 14,12).






DOCUMENTACION AUXILIAR

LISTA DE MILAGROS DE JESUS (INCLUIDOS LOS QUE TRAE SAN JUAN)




MILAGRO

MARCOS

MATEO

LUCAS

JUAN

TE­MA

Poseso de Cafarnaum

1,21-28



4,31-37



E

Fiebre de la suegra

1,29-31

8,14-15

4,38-39



C

Un leproso

1,40-45

8,1-4

5,12-16



C

Un paralítico

2,1-12

9,1-8

5,17-26



L

La mano seca

3,1-6

12,9-14

6,6-11



L

Tempestad calmada

4,35-41

8,23-27

8,22-25



S

Poseso de Gerasa

5,1-20

8,28-34

8,26-39



E

Hija de Jairo
resucitada

5,21-24
+ 35-43

9,18-19
+ 23-26

8,40-42
+ 49-56




R

La hemorroísa

5,25-34

9,20-22

8,43-48



C

Pan multiplicado
(por segunda vez)

6,30-44
8,1-10

14,13-21
15,32-39

9,10-17

6,1-15

D

Caminar en el mar

6,45-52

14,22-33



6,16-21

S

Posesa sirofenicia

7,24-30

15,21-28





E

(Poseso) sordomudo

7,31-37

(9,32-34)





(E)

Ciego de Betsaida

8,22-26

(9,27-31)





C

Poseso epiléptico

9,14-29

17,14-21

9,37-43



E

Ciego de Jericó

10,46-52

20,29-34

18,35-43



C

(Higuera secada)

11,20-25

21,18-22





(L)

Siervo de Centurión



8,5-13

7,1-10

4,46-53

C

Poseso mudo y ciego



12,22

11,14



E

(Moneda en pez)



17,24-27





(L)

Pesca milagrosa





5,1-11

21,3-14

D

Hijo de viuda Naín





7,11-17



R

Mujer encorvada





13,10-17



L

Hombre hidrópico





14,1-6



L

Samaritanos leprosos





17,11-19



C

Oreja cortada





22,51



C

Vino de bodas de Caná







2,1-11

D

Paralítico de Bet­saida







5,2-18

L

Ciego de nacimiento







9,1-34

L

Resurreción de Lázaro







11,1-44

R

NOTA: C: Curaciones / L: Legitimación / E: Exorcismo / D: Donación /
R: Resurrección / S: Salvamento / E: Epifanía

Son unos 28 ó 31 "relatos de milagro", que, clasificados por temas, resultan: 8 Curaciones de diversas enfermedades, sobre todo de ciegos y sordomudos; 6 u 8 milagros de Legitimación; 6 casos de posesión o Exorcis­mos; 4 milagros de Donación, centrados en el pan especialmente; 3 Resurrec­ciones, que son retorno a esta vida; y 2 casos de liberación o Salvamento de peligro. Algunos ponen las resurrecciones junto a las curaciones y otros añaden el tipo de milagro de Epifanía, que incluiría el caminar sobre el mar ya apuntado (sobre todo en su versión de Jn 21) y los relatos del Bautis­mo, la Transfiguración y la aparición del Resucitado a los dos discípulos de Emaús.

Los Hechos traen 6 Curaciones (3,1‑11; 9,33‑35; 9,36‑42; 14,8‑18; 20,9‑12 y 28,8‑9; 4 casos de Salvamento, sobre todo de liberación de la cárcel (5,19‑20; 12,3‑9; 16,23‑40; 27,6‑44); 3 milagros de Legitimación (5,1‑11; 13,6‑12 y 28,1‑6) en los que dos son de castigo; y dos casos de Exorcismos (16,16‑18 y 19,11‑17). No hay ni un caso de milagro de Donación; pero si dos casos de Resurrección, una obrada por Pedro y otra por Pablo; ambos apóstoles son librados de la cárcel, curan a un tullido y legitiman su autoridad con un milagro de castigo. ¿Demasiadas coincidencias? Sí, pero subrayando la continuidad entre las obras de Jesús y las de sus discípulos, por obra de su Espíritu.



MODO DE PRESENTAR LOS MILAGROS EN PREDICACION O CATEQUESIS



Título

Valor simbólico

Valor liberador

Poseso de Ge­rasa

Violencia fanática y re­beldía autodestructora

Liberar de sociedad escla­vista y violencia política

Hemorroísa

Marginación sociocultural y sumisión a legalismos

Reintegrar en la sociedad y superar tabúes sociales

Hija de Jairo

Sumisión patriarcal con infantilismo paralizante

Salir de la sumisión legal y de la inmadurez humana

Ciego de Jeri­có

Obcecación del corazón e ideología mesiánica falsa

Hacer ver la liberación en Jesús que entrega la vida

Chico del cen­turión

Discriminación religiosa y verticalismo social

Superar discriminación y crear liderazgo solidario

La Cananea y su hija

Xenofobia y exclusión y sociedades piramidales

Acercamiento al otro con respeto a la diferencia

Paralítico y pecador

Marginación internalizada y culpabilización falsa

Liberación de alienación religiosa y psicosocial

La suegra de Pedro

Patriarcalismo social y antifeminismo del varón

Superación del machismo y clericalismo eclesiástico

Los panes re­partidos

Necesidades materiales y egoismo de possesión

Lograr pan para todos con solidaridad misericordiosa

Tempestad cal­mada

Desgracias naturales y angustia ante el mal

Superar angustia frente al mal y la lucha por la vida


CLAVE CLARETIANA

MINISTROS DE LA LIBERACION

Jesús proclamó la Buena Nueva de la liberación, fruto del amor apasio­nado de Dios por su pueblo, especialmente por los que sufrían dentro de su pueblo. Jesús invitó a todos a creer en el amor liberador del Padre, a creer en Él por encima de todo, para poder experimentar en la realidad de la pro­pia vida la fuerza transformante de ese amor. Hemos visto la importancia y el sentido de los milagros en el ministerio de Jesús.

El evangelizador es siempre instrumento de liberación. Los signos serán distintos según los diversos contextos socio-culturales y los momentos históricos. La realidad es siempre la misma.

Iluminados por los textos evangélicos que hemos considerado en este tema, podríamos releer los números 170-182 de la Autobiografía de San Anto­nio M. Claret; también los referentes a su ministerio en Cuba. Nos introdu­cen en la resonancia que este tema encontró en la vida y el ministerio del P. Fundador. La conclusión que apunta Claret es importante: "Yo estoy que curaban por la fe y confianza con que venían y Dios N.S. les premiaba su fe con la salud corporal y espiritual" (Aut 181). La actitud y la predicación de Claret y su cercanía a ellos había sido capaz de despertar esa fe. Un cuestionamiento importante para los que hemos sido llamados a compartir su carisma. El misionero es ministro de la liberación.



CLAVE SITUACIONAL

1. En busca de los poderes ocultos. Lo extraordinario y maravilloso, los poderes ocultos "más allá" de lo conocido, se buscan y se usan en todos los tiempos y culturas. Puede haber búsquedas puntuales o episódicas (experien­cias y consultas esotéricas, quiromancia, brujería, apariciones, sanaciones, etc. etc.) y búsquedas sistemáticas (sectas, grupos o movimientos con sus códigos y rituales, tal vez bajo la fascinación de un líder). Con la crisis de la razón pura y de sus seguridades y sistemas ideológicos, políticos y económicos, ante tantos desequilibrios en la humanidad y en la naturaleza, ahora esas búsquedas crecen en todas las mentalidades (religiosas o secula­rizadas) y abundan la ambigüedad y los sincretismos; se borran con frecuen­cia las fronteras entre lo sobrenatural y lo psicológico, entre la fe, lo religioso y la superstición; y puede haber móviles políticos, económicos o sexuales, e ingredientes de milenarismo y fundamentalismos o fanatismo, vacíos y "huidas"... ¿Qué búsquedas y fenómenos de esos -en cualquier mo­dalidad- se están dando en la región, zona o espacios humanos donde vivimos y trabajamos? ¿Cuáles son sus causas y efectos, y qué influencia ejercen en la mentalidad y en la práctica cristiana?

2. Discernir hoy las "obras poderosas". El mundo está lleno de "obras pode­rosas" que producen vida o producen muerte; que humanizan a la gente o la deshumanizan. "Obras poderosas" de las fuerzas económicas y técnicas, indus­triales y militares, políticas, empresariales, medios de comunicación, el ocio, la moda, el deporte...; y "obras poderosas" de diferentes mafias, tribus urbanas, bandas juveniles... o grupos y movimientos como Green Peace, Voluntariado, ONGs y tantos colectivos y organizaciones populares. Obras, también, de las sabidurías de tantas minorías que despiertan o resisten y se organizan (etnias, razas, culturas y religiones marginadas y oprimidas); se habla del "poder de los débiles", de la "victoria de los vencidos", ¿nuevas espe­ranzas, nuevas utopías, "nuevos milagros"?... Hay que discernir qué "obras poderosas" (grandes o pequeñas) tienen hoy alguna seña de identidad de las obras de Jesús y/o producen, sentido, sabidurías y valores explícita o implícitamente del Reino. En el país, región o zona donde vivimos y traba­jamos, ¿que obras producen exclusión, alienación y muerte; y qué obras tie­nen poder de vida, liberación o esperanza, de vida más humana y más auténti­camente cristiana?

3. ¿Y en la Iglesia de Jesús? Los "discípulos de Jesús recibimos de su Espí­ritu capacidad para hacer las "obras poderosas" con que El anunció el Reino de Dios en la historia humana (cf. Jn 14,12). La vida del Reino se expresa en diferentes "signos mesiánicos"; y algunos de ellos hoy son urgentes en grandes sectores de la humanidad abandonados en "sombras de muerte". Pregun­témonos, pues: ¿está ahora activa en nuestra Iglesia particular, esa capaci­dad de hacer las obras que son señales ciertas de la irrupción del Reino de Dios? ¿Qué nos falta y que nos sobra para hacerlas con mayor fidelidad bí­blica e histórica?
4. Los milagros ante las diferentes mentalidades. Hoy en nuestras sociedades el plura­lismo no se limita a la variedad de culturas y religiones, sino que hay pluralismo de "mentalidades" dentro de cada cultura, religión e iglesia (universal y particular). En cada lugar, cultura, religión e iglesia, hay mentalidades más o menos precientíficas o mágicas, y secularizadas o reli­giosas; y hay cristianos de fe "inmediatista" en Dios y en su providencia y cristianos cuya fe respeta y valora las mediaciones históricas. Si no capta­mos las diferentes mentalidades que existen en nuestros sectores, y no nos abrimos a ellas, nos comunicamos únicamente con la gente de nuestra propia "mentali­dad". Preguntémonos, pues: entre las gentes a las que ofrecemos nuestro servicio pastoral ¿qué mentalidades hay respecto de los "milagros"?, ¿cómo se ven los "milagros" dentro de la "religiosidad popular" que se da en nuestras zonas?... Las respuestas a esas preguntas iluminan esta cuestión: ¿Qué debemos subrayar y explicar bien hoy en la catequesis cristiana sobre los milagros?




CLAVE EXISTENCIAL


1. Leídas en actitud orante y vocacional, las "obras poderosas" de Jesús nos piden revisar nuestra fe en la fuerza del Reino de Dios dentro de la vida cotidiana; y nos interpelan ante los nuevos leprosos y posesos, los nuevos oprimidos, marginados, extranjeros y paganos...

2. ¿Qué significa existencialmente para mí (y para nosotros como comunidad en misión) la frase de Jesús: "el que cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores" Jn 14,12).

3. Cada uno ha de hacerse consciente de la propia "mentalidad" en cuanto a la fe en la providencia de Dios y en la fuerza de su Reino; si es una fe inmediatista o no, o cómo es; y hasta qué punto de nuestra fe y nues­tra misión tienen las referencias vitales que tenía Jesús: el Reino del Padre, y la conversión, la fe y la liberación integral de las personas (su dignidad, su humanización, su filiación y fraternidad cristianas) con el consiguiente cambio de sociedad.

4. ¿Cuánta "gratuidad" ponemos en nuestras obras de servicio al Reino? ¿Y en qué medida nuestros deseos de éxito y prestigio, de autoafirmación o de dinero, o nuestra tendencia a ejercer dominio sobre los demás, están condi­cionando y viciando los servicios pastorales?

5. Sería provechoso un diálogo sobre cómo adecuar a las necesidades y menta­lidades de nuestras gentes, la catequesis sobre los milagros.



ENCUENTRO COMUNITARIO

1. Oración o canto inicial.

2. Lectura de la Palabra de Dios: Mc 1,21-34

3. Diálogo sobre el tema III en sus distintas claves.
* Recordar lo que se ha indicado en el folleto PRESENTACION acerca del encuentro comunitario.
* Tener presentes las preguntas formuladas dentro de las pistas que se ofrecen para las claves situacional y existencial.

4. Oración de acción de gracias o de intercesión.

5. Canto final

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